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¿Dónde está mi vocación docente?

Soy Miguel Ángel Ruiz, doctor en Educación. Doy clases en la universidad, principalmente en didáctica de las matemáticas y en tratar de mejorar la enseñanza de esta materia. Al mismo tiempo, doy clases en temas relacionados con la competencia digital. Sí, ahora puedo decir que soy profe y me encanta. Además, llevo años divulgando ciencias y educación en las redes, creo que seguramente viene todo unido de la mano. Pero, ¿de dónde viene mi vocación docente?

¿En qué momento decidí serlo? Siempre que se habla de educación se dice que tiene que ser algo que se haga por vocación. Probablemente, en las etapas de Primaria, sí que sea algo más frecuente encontrar a docentes vocacionales, esos que lo tenían claro desde un principio. Y, ¿en las etapas superiores, existe la misma vocación?

Vamos a hacer un poco de autocrítica. ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿Qué me llevo a ser profesor? ¿Hubo alguien que fue mi guía? ¿Por qué las ciencias? ¿Qué nos lleva a ser lo que somos? ¿Tuve alguna inspiración de pequeño?

Pienso en una fotografía de pequeño

vocación docente

Para pensar en la vocación docente hay que mirar atrás, a los comienzos. Por eso he puesto esta foto. Piensen en una imagen de ustedes de pequeños, vamos a dar un viaje por nuestra infancia.

El de esa foto que ven ahí soy yo. Puede ser que tuviese 4 años, tal vez menos. Estoy en el patio de mi casa, en Tenerife, y esa casita de muñecas la hizo mi padre que es carpintero, un regalo de Reyes para mi hermana. Ahí echábamos el rato muchas tardes jugando. Donde iba ella, detrás iba yo, cosas de ser el pequeño. Seguramente en esa foto no sabía lo que sería de mayor. Aquí aún no creo que tuviese vocación.

¿Fue en los juguetes?

Si pienso en esas primeras etapas, en buscar por qué me gustaron las ciencias, solo puedo pensar en los juguetes. Como ven, se me iban los ojos por las muñecas. No tiene mucho que ver con la docencia. La suerte que tuve es que mi hermana también pedía siempre algo relacionado con los inventos. Que si un telescopio, que si un videoscopio. Sí, ¡un videoscopio! Como una pequeña tele, para eso nos tenemos que remontar a los 90´. Eran de esos que venían con todo preparado para que pudieses trastear por tu cuenta. Pues ahí estaba mi hermana cortando bichos para poder verlos por aquella pantalla oscura.

¡Esa puede ser mi primera experiencia con las ciencias! Y me gustó. ¿Fue lo definitivo? No lo tengo claro. Recuerdo también por aquel entonces que en mi casa había muchos libros, me gustaba bastante leer y contar cuentos y escribir historias. Vamos, que no estaba todo decantado. ¿Tenía que estarlo?

¿Mis padres?

Otras personas se ven inspiradas por sus familiares. En este caso, no había muchos científicos cercanos. Mi padre ya he dicho que es carpintero y mi madre ama de casa. Ninguno de los dos tuvo estudios.

De hecho, contando un pequeño secreto, quizás a la primera persona a la que le di clases fue a mi madre. Ahora yo creo que ya se puede contar. Era una especie de juego entre ambos. Comprábamos cuadernos Rubio y, por las tardes, después de la telenovela, nos poníamos a practicar. Le mandaba deberes y luego se los corregía. Aunque claro, si venía alguien a casa, alguna vecina, había que guardarlo rápido, eso era algo entre nosotros dos.

¡Quizás ese fue el detonante! Lo cierto es que siempre me gustó enseñar, al menos, dar a los demás aquello que yo sé. Eso sí, sigo sin tener claro que esto sea “vocación docente”, puede ser que sí.

Para muchas personas fue por un profesor…

A veces pensamos que algún docente nos inspiran. Yo no tuve profesores muy innovadores, pero tampoco reniego de la educación que recibí. Esto no es muy popular decirlo, ya que ahora parece que es mejor borrar todo nuestro pasado. Creo, digo yo, que si estoy aquí, será por ellos. Otra cosa es que miremos con un poco de crítica o pensemos que muchas cosas podrían mejorar. La educación debe cambiar, como la sociedad misma. En si, los recuerdo a todos con cariño, aunque siempre hay algunos que te dejan un poco más de huella.

Por un lado, está Cristina, ella nos dio clase de primero a cuarto. Nos ponía a todos por grupos (a mi me separaba solo porque hablaba mucho, eso siempre fue así). Durante esos cursos, creo que en tercero, escribía una serie de relatos (yo creo que un poco inspirados en Compañeros, la serie del momento) en el que los protagonistas eran mis compis de clase. Ella me dejaba leerlos en alto. También me ponía a corregir a su lado si terminaba pronto las actividades de matemáticas, siempre se me dio bien esa asignatura, las cosas como son. Entonces, ¿esto es el detonante o solo era porque se me daba bien?

En referencia a esto, el otro día les preguntaba a mis alumnos (futuros docentes de matemáticas) cómo les habían impartido la materia y cómo les gustaría dar clases a ellos en un futuro. Uno me dijo que el profe que más recuerda era uno que era un “cacique”, pero que con él aprendió mucho. Casi todos tenían experiencias similares. Fue entonces cuando reflexionamos sobre si iban todos a una o estos docentes solo sacaban partido de aquellos que ya teníamos habilidades para la asignatura.

Yo tuve uno igual, Don Luis. Aun guardo los cuadernos que hacíamos con más de 1000 ejercicios por curso. Completamos 3º de la ESO en 2º y dimos materia incluso de 4º. Aunque su técnica la verdad que no era muy reproducible. Todos callados, con la amenaza del “toque”. Y Don Luis diciéndonos que quería “chicos de Europa, chicos espabilados». Yo aprender, aprendí.

Luego ya en el bachillerato, un poco antes, empezó seriamente la dicotomía. Uno tenía que elegir entre ser de ciencias o ser de letras. La idea popular era que “los listos”, “los más empollones” se fueran por ciencias, casi que te obligaban a ello, aunque siempre había alguno en la rama de letras que también destacaba. ¿Si sacas buenas notas debes acabar en ciencias? ¿Es por lo de las salidas profesionales?

Y así acabas, con muchas inquietudes, sin saber mucho de la vida y, ya casi como por inercia, te pones a elegir carrera.

La vida adulta

Llegó la universidad, realmente venir a Madrid era lo único que tenía claro, encontrar algo distinto, pero nada que ver con el mundo educativo. Las becas me dieron la oportunidad de salir de la isla y venir aquí a conocer mundo. Y, sin saber muy bien por qué, acabé en una Ingeniería. Me vine con dos de mi clase, los tres «futuros» ingenieros. Los tres estudiando como locos.

Y así, pasó el primer año y llegó el punto de inflexión, la rebeldía al pasado. ¿Qué hacemos aquí? Llegaron las crisis existenciales, el no saber qué hacer con tu vida, la crisis galopante que lo invadía todo. Ellas se cambiaron, una terminó una ingeniería y la otra no, acabó en Trabajo Social. Yo realmente terminé porque me fui de primero limpio y ya que estaba, ya que había pasado lo peor, terminaba.

Seguramente, echando la vista atrás, si me hubiese quedado en la isla hubiese estudiado Matemáticas o Física. O no, porque después de terminar la carrera, empecé a estudiar Políticas (mientras hacía un máster de Energía para poder tener beca), ya el cuerpo me pedía otra cosa, algo más allá. Completé así dos cursos enteros por la UNED. Siempre lo digo, tengo créditos para aburrir.

Clases particulares

Por esa época fue cuando empecé con las clases particulares, me sabía el metro de Madrid completo. Visité desde las mejores pisos de Serrano hasta los pisos más humildes de Carabanchel, todo un croquis para cuadrar y ajustar las tardes.

También la precariedad de la educación no formal, madre mía, eso da solo para una historia. Lo que se puede vivir en las extraescolares de un colegio. Eso sí que puede anular cualquier vocación o no, ser toda una prueba de fuego.

En una de mis primeras experiencias, en un colegio público de Chamberí, me metieron en una clase con más de 15 niños de 6 años y me prohibieron tajantemente que cogiese nada del aula. Es decir, tenía que dar rienda suelta a mi imaginación para pasar las semanas con ellos sin nada de material. ¡Se consigue!

Pero no todo son malas experiencias, estuve a la vez dos años en un comedor de un colegio, de cuidador, aprovechaba para comer allí, era el niño apañado, el que no le importaba decirle algo a un peque y limpiar las lentejas del suelo. Al final, acabé dando clases a mi jefa de comedor que se estaba sacando el graduado y a la que sigo teniendo mucho cariño.

Y con esto sí llega la vocación. Meterse de lleno en el mundo educativo, máster del profesorado, más clases, tesis.

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Ahora llevo desde hace años llevando uno de los portales educativos con mayor impacto de España, con una media cercana al millón de visitas mensuales. He tenido la oportunidad de trabajar durante varias temporadas en Aprendemos en Clan, un programa que me ha enseñado mucho a comunicar y a estar rodeado de grandes profesionales.

Y aquí sigo, navegando entre la docencia, la divulgación y la investigación.

Entonces, ¿tuve vocación docente?

¿Sabemos o no sabemos qué vamos a hacer? Mi conclusión, es que somos muchas cosas. Nos condicionamos mucho más de la cuenta y condicionamos a los demás. La vida está llena de caminos, llena. Y uno nunca sabe en el que puede acabar.

Lo que es cierto es que no siempre tenemos muchas oportunidades, esa es la pena, las oportunidades hay que aprovecharlas porque no sabes cuándo se pueden volver a repetir. Por eso tenemos que darlas, tratar de que al menos en algún momento existan esos caminos.

Pensar que estamos determinados es eliminar nuestro propio potencial creador. Evidentemente, estamos condicionados, somos fruto de nuestro pasado, pero esto no quiere decir que no tengamos ningún margen de maniobra.

Nosotros cambiamos, como las matemáticas. Estas nos han servido para resolver los problemas que han ido surgiendo a lo largo de la historia. Son una ciencia viva, como nosotros.

Demos oportunidades, demos libertad para que los peques de hoy transformen el mundo de mañana.

Miguel Ángel Ruiz Domínguez

Charla impartida en Paréntesis: la hora del STEAM


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